Citogenética
(1902 - 1992)
Aunque sus padres la inscribieron como Eleanor, a los cuatro meses de nacer modificaron el registro para cambiarle el nombre al de Bárbara. Su padre, al que estaba muy unida, era médico y su madre era pianista, poetisa y pintora aficionada pero, cuando Bárbara era muy pequeña, la familia no atravesaba buenos momentos económicos y decidieron enviarla a vivir con unos tíos a Brooklyn, hasta que comenzó a asistir al colegio. Desde muy pequeña fue una niña independiente y solitaria, en palabras de ella misma “mi capacidad para estar sola empezó en la cuna”.
Decidió continuar estudios superiores en la Universidad Cornell, algo a lo que su madre se opuso porque no veía con buenos ojos que una mujer fuese a la universidad, ya que eso podría dificultarle encontrar un marido. Además, en aquellos momentos la familia continuaba con sus problemas económicos, motivo por el que Bárbara compaginó sus estudios autodidactas con un trabajo en una oficina de empleo.
Finalmente, apoyada por su padre, en 1919 comenzó a asistir a la universidad. La invitación, que un profesor de genética le hizo en 1922, para participar en un curso de esa especialidad para graduados marcaría el hecho de que el resto de su vida se consagrara al estudio de esta disciplina. Se graduó en 1923 y obtuvo su Doctorado en Botánica en 1927.
Trabajó durante varios años en Cornell, viajó a Alemania en 1933, se incorporó a la Universidad de Missouri y, finalmente, obtuvo un puesto como investigadora a tiempo completo en el Laboratorio Cold Spring Harbor, dónde vivió e investigó hasta el fin de sus longevos días. Durante estos años fue muy productiva en publicaciones científicas. Debido a ello, recibió numerosas distinciones y premios entre ellos el reconocimiento como académica de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos.
Sin embargo, la mayor distinción le llegó a sus 81 años, cuando le adjudicaron el Nobel de Medicina y Fisiología (fue la primera mujer a la que concedieron esta distinción en solitario). Teniendo como modelo experimental la planta del maíz, en los años 40 y 50 descubrió la existencia de elementos “transponibles”, fragmentos de ADN que son capaces de replicarse y cambiar su posición en el genoma, lo cual explicaba cómo los organismos multicelulares pueden diversificar las características de cada célula incluso cuando el genoma es idéntico. Este descubrimiento, que era fundamental para comprender los procesos hereditarios, suponía una revolución en la concepción “clásica” que se tenía de la genética y no fue aceptado con gusto por la comunidad científica de mediados del siglo XX. Sólo investigaciones desarrolladas veinte años más tarde y que establecían la existencia de esos “genes saltarines” en otras especies como bacterias, animales y el propio ser humano, pusieron de manifiesto la veracidad del descubrimiento, lo que supuso el reconocimiento tardío de las aportaciones de Bárbara.